Hoy de madrugada me despertó un picor extraño en la barriga. Me rasqué y un pequeño cilindro se desprendió de la piel. En la oscuridad tanteé para sentir dónde estaba. Lo encontré por la cama y apreté con todas mis fuerzas dediles, pero se escapó. Me incorporé de un salto sin ruido a cerrar la ventana para evitar su huida. Fue inútil. Intenté dormir de nuevo, pero la barriga seguía picando.
Fui al baño para mirarme, pero no había luz. Bajé a la cocina y tampoco. Me acordé de la linterna y
enfoqué. Había una roncha roja que ¿se movía? No lo sé y tenía miedo de tocarla. En ese instante se apagó la luz de la linterna. Fuera llovía a cántaros.
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Salí a ver la lluvia y me tumbe en el suelo como cuando era niño. De repente vi salir y conté, como a cámara lenta, doscientos cilindros que parecían huir de la barriga. Y al subir hacia el cielo, evitaban las gotas de agua con facilidad pasmosa.
Me sentía bien y sabía ahora como evitar cualquier tipo de infección de esos cilindros. Lo malo es que nadie me creería.
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¿Habrán salido del agujero?
Fui corriendo hacia el garaje, visualicé el arcón y mire por el agujero que esta a su lado. De repente en mi cabeza oí muy bajito, como en un susurro:
HHAASSEESSTTAADDOOAAPPUUNNTTOOSSEEEESSCCAAPPAAROONN.
¡Hostias mi mujer y mis hijos!
sábado, 3 de julio de 2010
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LA PIEDRA
Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua.
La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije.
Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí.
La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa.
Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra.
En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes.
Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados.
Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó.
Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio.
Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.
4 comentarios:
Debo ponerme al corriente con tus escritos, pero me gusta lo que leo aqui, no se encuentran lecturas asi todos los dias.
Un abrazo!
una lectura un tanto mas surreal a lo que nos tienes acostumbrado.
un abrazo, hermano hatoros.
p.d. pues de querer ir a España si quiero, pero no tengo dinero para lanzarme.
ME ALEGRO DE COJONES QUE ME DIGAS ESO GRACIAS MACHOTE Y DIME:¿FLUYEN LOS ARCONIANOS? UN ABRAZO
YAYOMAN PUES AHORRA UN POCO Y VIENES A VERME UNA ABRAZO HERMANO
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