El Sol brillaba en un cielo sin nubes y calentaba la
carretera sin asfaltar. De vez en cuando pasaba algún coche.
A la derecha del camino por donde yo corría,
había varios aparcados, junto a los árboles. Podía oír el grito de niños y el
chapoteo que hacían en el río.
Luego el camino de tierra se alejaba del agua, hacia la
izquierda.
Seguí corriendo sin cansarme y disfrutaba del paisaje, ahora
sin árboles y arado a izquierda y derecha.
Yo silbaba feliz y entonces unas piernas de mujer corrían
junto a mí y se alejaron más rápidas. Dije espérame y no me contestó
nadie. Entonces vi las piernas que
esperaban en una fuente y me paré junto a ellas. Bebí agua y luego las miré. Sobre
las piernas, poco a poco se iba formando un cuerpo. Vi que su sexo no tenía
pelos y sus tetas y sus pezones me decían chúpame y yo aún miraba y miraba y cuando
pasó un coche negro, me di cuenta de que estaba llena de pecas y por fin, vi su
rostro, aunque cuando el coche paró, se me olvidó cómo era.
Ya no quería estar allí ni seguir corriendo, me senté
en la fuente y mis piernas siguieron
corriendo solas y aunque las llamé para que no lo hicieran, no quisieron
hacerme caso
LA PIEDRA
Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua.
La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije.
Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí.
La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa.
Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra.
En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes.
Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados.
Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó.
Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio.
Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.
2 comentarios:
Las mías se acaban de ilusionar.
Espero que no desaparezcan y me dejen aquí medio troceado.
GRACIAS TORO UN ABARAZO
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