Imagínate la noche dando vueltas en la cama queriendo respirar.
No puedes bocaabierta y tu cerebro aire, aire. El aire no entra ni pa dios. Tu mujer ronca a tu lado y linterna que coges a ver estos malditos zapatos no los ves y descalzo ¿donde estarán?
Sales habitación a oscuras y cierras despaciodespacio, no se vaya a despertar. Menos mal que tu hijo está arriba rendija de luz y subes las escaleras. El otro hijo cuarto cerrado parece dormir.Ves las gotas en la mesa y pa dentro a las aberturas de la nariz. Joder son milagrosas piensas tras un par de minutos con lágrimas en los ojos.
¡Milagro!. Ya respiro. Café y sobao pasiego que te ha regalado la vecinita de cinco años porque ha venido de Santander y sonríes al recordar cuando vino Paul Ejim a comer aquella tarde y ella que pintaba con Susana tomando el Sol, al verle le dijo. Estuve en Cadiz una semana, pero a ti se te ha pegado más el Sol ¿por qué tienes las palmas de las manos más blancas? Porque casi nunca las tengo hacia arriba. ¡Ah, claro! A mi me pasa igual, pero no se nota tanto.
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Cuando llega la mañana y tu mujer se va, te despiertas completamente dormido aún y boca apestando la abrazas sin abrirla no vaya a ser que se desmaye.
Se va y te pones a limpiar, pero necesitas un pañuelo porque no hace más que salir liquidillo de la nariz.
Miras la hora mientras echas una partida al ajedrez 11:48 49 Joder lo que tarda el tío y cierras el ordenador nervioso.
El pañuelo esta lleno de liquidillo y coges otro.
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Te asustas al pensar que bien podría ser que se salieran las ideas para escribir mediante ese liquidillo. Lo olvidas porque vienen amigos de tus hijos a comer lentejas, pero aún es pronto para hacerlas y ¡hostias, cómo pasa el tiempo! Bueno lo que el humano llama tiempo, porque solo lo puede medir o intentar hacerlo.
Dejas de escribir y guardas todas estas palabras en el blog para leerlas otro día sin que te produzcan sensaciones malas o pienses que son una mierda al leerlas.
lunes, 12 de septiembre de 2011
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LA PIEDRA
Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua.
La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije.
Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí.
La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa.
Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra.
En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes.
Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados.
Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó.
Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio.
Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.
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