lunes, 31 de agosto de 2015

GENOVEVO PIÑATA

De niño era feliz, pues para jugar no necesitó a nadie, más en cuanto tuvo cinco años, lo llevamos al colegio.
Una vez allí, dejó de serlo, pues cuando el profesor le nombraba, toda la clase reía y no sabía porqué, hasta que Pablito dijo Genovevo, jejejeje.
A partir de ese momento, no tuvo ningún amigo, pues sino le pegaban, le rehuían, y siempre solo, le apunté a Karate, para que dejaran de darle de ostias. El profesor le entendió y tuvo el discípulo que siempre había querido. A partir de ahí nadie le pegó.
El tiempo corría como las mechas de los cartuchos de dinamita y, al ser mayor de edad y terminar sus estudios, como todos los de su país, no encontró trabajo y su profesor de karate, ya entrado en muchos años, le dijo:
Te he hecho medio maestro y ahora trabajarás para mí. Cuando le llevó a su primer trabajo, que era estar delante de una puerta, donde ponían música y la gente se emborrachaba salvajemente, no le gustó nada, más así estuvo hasta que el maestro, viendo que solo tuvo un problema, resuelto contundentemente, tras dos años, le dijo:
Vamos a subir otro escalón y le mandó a trapichear con droga. A partir de ahí, nada fue bien y mandó al maestro a tomar por culo, pues veía que su maestría se iba por la nariz y por la polla.
Genovevo Piñata ahora mismo vive en un pueblo abandonado al que empieza a llegar gente de todos los colores, pues según dicen se van dedicar a colocar huertos, arreglar las casa derruídas y de extranjis, traer a los emigrantes que abandonan su país, para poder vivir en paz.
Genovevo, no se lo que vas durar ahí, porque en cuanto el poder vea dinero os echan a todos a la mierda. Le di un abrazo y añadí: procura que no te maten, hijo.
Me respondió: Antes de morir mataré a muchos que ostentan el brazo de poder.

3 comentarios:

romi dijo...

Muy interesante tu blogs, gracias por tu visita al mio, cariños

romi dijo...

Muy interesante tu blogs, gracias por tu visita al mio, cariños

HATOROS dijo...

GRACIAS ROMI ABARAZOS

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LA PIEDRA

Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua. La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije. Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí. La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa. Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra. En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes. Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados. Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó. Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio. Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.