sábado, 3 de julio de 2010

LOS CILINDROS. MUNDOS ARCONIANOS 9

Hoy de madrugada me despertó un picor extraño en la barriga. Me rasqué y un pequeño cilindro se desprendió de la piel. En la oscuridad tanteé para sentir dónde estaba. Lo encontré por la cama y apreté con todas mis fuerzas dediles, pero se escapó. Me incorporé de un salto sin ruido a cerrar la ventana para evitar su huida. Fue inútil. Intenté dormir de nuevo, pero la barriga seguía picando.
Fui al baño para mirarme, pero no había luz. Bajé a la cocina y tampoco. Me acordé de la linterna y
enfoqué. Había una roncha roja que ¿se movía? No lo sé y tenía miedo de tocarla. En ese instante se apagó la luz de la linterna. Fuera llovía a cántaros.
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Salí a ver la lluvia y me tumbe en el suelo como cuando era niño. De repente vi salir y conté, como a cámara lenta, doscientos cilindros que parecían huir de la barriga. Y al subir hacia el cielo, evitaban las gotas de agua con facilidad pasmosa.
Me sentía bien y sabía ahora como evitar cualquier tipo de infección de esos cilindros. Lo malo es que nadie me creería.
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¿Habrán salido del agujero?
Fui corriendo hacia el garaje, visualicé el arcón y mire por el agujero que esta a su lado. De repente en mi cabeza oí muy bajito, como en un susurro:
HHAASSEESSTTAADDOOAAPPUUNNTTOOSSEEEESSCCAAPPAAROONN.
¡Hostias mi mujer y mis hijos!

4 comentarios:

Syd dijo...

Debo ponerme al corriente con tus escritos, pero me gusta lo que leo aqui, no se encuentran lecturas asi todos los dias.

Un abrazo!

YAYOMAN dijo...

una lectura un tanto mas surreal a lo que nos tienes acostumbrado.

un abrazo, hermano hatoros.

p.d. pues de querer ir a España si quiero, pero no tengo dinero para lanzarme.

HATOROS dijo...

ME ALEGRO DE COJONES QUE ME DIGAS ESO GRACIAS MACHOTE Y DIME:¿FLUYEN LOS ARCONIANOS? UN ABRAZO

HATOROS dijo...

YAYOMAN PUES AHORRA UN POCO Y VIENES A VERME UNA ABRAZO HERMANO

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LA PIEDRA

Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua. La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije. Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí. La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa. Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra. En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes. Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados. Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó. Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio. Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.