domingo, 11 de octubre de 2015

ULISES FÁBRICA


Se disponía a dormir, puerta abierta de su alcoba.
Su casa era de una sola planta construida por su padre y sus tíos, ahora todos muertos, incluso su madre, que palmó al dar la vida a Ulises y, a la que miraba y lloraba todas las mañanas en una sola foto,  hecha el día de su boda.
Tenía grabado su nombre en las piedras de granito de la entrada. Un trabajo bien hecho por Ulises: VILLA VIVA, como su madre, Viva, se llamaba.
Todos conocían a Ulises en su pueblo: Leñeros del Monte, pues jamás había salido de allí, ni jamás le hizo falta. Pensando el porqué, se decía que no habría podido cuidar a sus cinco vacas, ni ordeñarlas, ni vender la leche, ni los frutos de su huerta, ni sus huevos, los más grandes de Leñeros; enormes,  para gallinas tan chicas, ni las aceitunas de los olivos, que desde las ventanas, divisaba por el día.
Todo eso pasó por su cabeza, como digo, cuando se disponía a dormir. Más no pudo seguir pensando, por un gorgoteo. Se levantó,  tiró de la cadena y cerró la llave de paso. Ahora me duermo, se dijo.
Y a las seis de la mañana, como todas las mañanas, el gallo le sacó de sus sueños. Comenzó su labor diaria y dispuesto a dormir pasado el día, ocurrió que volvió a oír lo de la noche anterior y cerrando la puerta del baño y la de su habitación, dejó de oírlo y se durmió.
Repentinamente, por la ley x35 de los derechos democráticos de los empresarios de la autonomía de Leñeros, que vaya a saber quién coño es esa gente, pensaba Ulises, no pudo vender absolutamente nada, sino de extranjis, le pillo la municipal y lo metieron en la cárcel. Y gracias a los de su pueblo, que esas leyes no conocían como otras muchas inventadas por los que no vivían allí, pudieron sacarlo de la cárcel, además de cuidar de los animales y demás cosas de Ulises.
El día que salió y durmió en su casa escuchó el gorgoteo, aún teniendo las puertas cerradas, se levantó de la cama y con la cadena del wáter que hacía ruido se ahorcó.
Los empresarios de la autonomía de Leñeros se alegraron sobremanera,  pues Ulises no hizo testamento y no se le conocía pariente vivo, así que se quedaron con todo.

Lo que no sabían es que tres años después, todo se inundó de agua y la tierra de Ulises, que en paz descanse, se la tragó un agujero enorme, más grande aún que los huevos de sus gallinas.

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LA PIEDRA

Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua. La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije. Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí. La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa. Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra. En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes. Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados. Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó. Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio. Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.