jueves, 22 de septiembre de 2011

ANTONIO

Me dijo un día que su ideal sería, como ahora estoy tieso y lo sabes, amigo, hacer una película porno con mi mujer y colocarla en algún sitio. Ya sabes de esos pornos.
Callé. Miré sus ojos y el hijoputa iba en serio.Tendría un problema, pensó.
No, más cabronazo, más.
Solo uno.
Volví a callar.
El que se deriva de ir con mi mujer por este puto pueblo. Eso es solo uno. Traguito de botellín y silencio.
Vale, eso solo traería más problemas, acertaste.
¿Te imaginas? le dije. A tu mujer y a ti andando por el pueblo y que miraran cuarenta chavales de quince años salidos como monos, porque esa es la edad, y el que no ha follado ya quiere y quiere más y no se cansan los chavales, acuerdate de cuando la tuviste, digo la edad de quince, Antonio, machote.
Era otra época, amigo, otra época.
Vale, pero la edad es la misma. Que ahora se juntan más entre ellos y se follan de continuo, sí. Antes, recuerda que veíamos una revista de albornoces y paja que te crió. Las nenas, antes no salían y solo con sus madres o con la amiga más fea y gorda del mundo mundial, que lo chivaba todo a la madre. Y no follabas; la lefa se quedaba en el pantalón y luego la pringabas de vino para disimular.
Además ¿quién querría veros? A vuestra edad.
Muchos como nosotros, muchos, dijo Antonio.
Pues no es mala idea, dije imaginándome a su mujer en pelota picada y con algún invento del Antonio de por medio.
Traguito al botellín y silencio.
Hijodeputa, lo estás imaginando. Te voy a matar.
Cojones, si empezaste tú.
Corrí calle abajo mientras bebía y me quedé mirándole. Le dije vale, vale, ya esta, invito al siguiente.
SILENCIO. CUATRO MÁS. SILENCIO. LE LLAMA SU MUJER.
Que suba, dice. Y se fue.

2 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

A este paso Antonio no llegará a viejo.

HATOROS dijo...

CIERTO AMIGO TORO SALVAJE. ABARAZO

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LA PIEDRA

Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua. La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije. Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí. La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa. Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra. En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes. Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados. Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó. Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio. Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.