viernes, 16 de septiembre de 2011

LA VIEJA.

Aquella mujer tiene unos 70 años. Me pide que le lleve su carrito de la compra. Acepto, pero una vez cargado su coche, me ofrece que le acompañe a comer a su casa. Vuelvo a aceptar, una vez que le dije a la parienta dónde iba. Me prepara un martini como los de James Bond y qué hombre, Paco, qué hombre. Lo conocí en Málaga, pero eso es otra historia, díjome, refiriéndose al viejo escoces. Pero la verdadera historia vino después de tomarnos unos cuantos de esos martinis, cuando se emborrachó conmigo.

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Cuenta que nació en Brasil y que gracias a Dios no pasó penurias económicas, pues sus padres, etcetcetc. Luego se casó y vino su pérdida como persona; ya sabes, siempre atenta al marido hijoputa que golpeábame y nadie me podía ayudar. Una amiga tuvo la solución. Vino a casa estando él y hacía como vendedora de champú. Le dio un bote ese pelo tan lindo, tú sabes, qué marido, qué suerte tienes, decía insuándose a ese comelágrimas.
Mi marido dejó el bote en el baño tres largas semanas. Al fin lo usó. Oí sus gritos y un golpe en la bañera. Sabía que moría ese gran hijoputa. No subí a ver su muerte.
Mientras las hormigas se terminaban de comer todo su cuerpo, llamé al mejor restaurante de la ciudad y luego pedí tres bois de esos que follan pagando, tú sabes y lista. Al volver a casa, no quedaban nada más que los huesos y los enterré 15 kilómetros lejos de casa.
Al pasar dos días, denuncié su desaparición a la policía, llorando, claro. Fui libre de un cabrón y ahora soy millonaria.
Me tengo que ir, la dije, me llama mi mujer.

4 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

Era hora de disfrutar después de tantas penurias y malos tratos con semejante palurdo.


Un abrazo.

HATOROS dijo...

ES BIEN MAJA LA VIEJA ABARAZOS LA MALQUERIDA.

YAYOMAN dijo...

menos mal que salio (¿o debo decir saliste?) corriendo de ahí! no le fuera a tocar tambien de ese "champú" y para que quieres?


un abrazo, hermano Hatoros!

HATOROS dijo...

CIERTO AMIGO ABARAZOS

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LA PIEDRA

Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua. La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije. Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí. La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa. Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra. En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes. Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados. Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó. Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio. Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.