martes, 6 de septiembre de 2011

BUSCANDO AL NIÑO.

Ante el televisor mira y escucha una mujer, teléfono en mano.
Ella quiere saber.
Nada de mi amor, que ronca. No. Repite nada de mi amor.
Quiero saber de mi hijo de quince años que ya no esta con nosotros.
Llora.
Pregunta el nombre del niño el de la tele.
Al ver lo que ocurrió, no pudo moverse. Ni siquiera exhalar un grito.
El tipo al que miraba, dejó los ojos en blanco y cayó; cabeza ante la mesa.
Ruidos. Gritos. Fin de emisión.
¡Anda, que si llego a saber que se muere, le pregunto al hijo de puta este!
Y se acostó junto a los ronquidos de su marido, que no oía, mientras lloraba por el niño, que culo al aire lo sodomizaban en una playa.

6 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

Muy fuerte esto, demasiado como la vida real.


Beso.

Whivith dijo...

Uf, chiquillo, que duro me parece!.
Tal y como dice la malquerida tan fuerte como la vida misma.

Pochoncicos.

HATOROS dijo...

PUES SÍ LA VIDA REAL ES MÁS REAL QUE LOS CUENTOS, POR ESO HAY QUE ESCRIBIRLOS

HATOROS dijo...

ABARAZOSBESAOS A LAS DOS Y GRACIAS POR VENIR.

Andri Alba dijo...

Crudo.

Besos!

HATOROS dijo...

SÍ AMIGA ANDRI BESOSABARAZAOS

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LA PIEDRA

Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua. La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije. Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí. La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa. Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra. En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes. Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados. Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó. Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio. Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.