viernes, 16 de septiembre de 2011

JE. JE. DEDICADO A MARÍA.

Aquel muchacho llamaba a su amigo que no sabía quién era. Le acompañé y le estuve dando el coñazo haciéndole reír. No sé si fue su aliento o el mío el que olía a muerte. La muerte que a nuestro lado quería cogernos, tan jóvenes.Para algunos hay esperanza por venir, me dijo Eufrasio muy serio. Y luego contó que sí, me he dado cuenta de mi aliento y no es el tuyo, no, pero voy a cambiar esta situación ¿tienes a alguien que odies?Buf, no quiero odiar a nadie,pero el director del banco me tiene hasta los huevos y hace mal las cosas, no sé si aposta.Vamos a verle y en dos días te lo cambian.Allí estábamos Eufrasio y yo. Al presentarle a Segis, le echó su pestilente aliento y dándose la vuelta asqueado, Segis,dos minutos después, se rascaba la teta derecha con los ojos fuera de las órbitas. Alarmado, llamé a Jesús, el subdirector para que viniera una ambulancia.Al salir del banco le dije a Eufrasio:¡joder,antes de tiempo!.Sí, bueno, aún no tengo este superpoder bien preparado.Pues ahora no te huele mal ¿No te he dicho que cambiaría la situación? Al dirigir el aliento a la persona elegida, en dos días no me huele. Y ya he visto, que con los más cabrones, actúa antes.Oye ¿con las mujeres también?
Es extraño, pero las mujeres solo se enamoran de mí y además me lo dicen: me he enamorado de ti.
Pues qué suerte ¿no?. No siempre, no siempre, dijo.
Este es uno de los primeros recuerdos que ahora tengo de él, pero le estoy eternamente agradecido, porque al exhalar su último aliento, el día que le atropellaron, me besó en la boca y me traspasó su poder.
¡JE,JE!
GRACIAS MARÍA

2 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

¿Maria? ¿Segis era María?

HATOROS dijo...

NO MARÍA ES AMIGA DE JORGE. ABARAZOS LAMALQUERIDA

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LA PIEDRA

Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua. La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije. Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí. La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa. Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra. En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes. Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados. Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó. Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio. Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.